junio 18, 2014

Codeándome con el poder

Por Verónica C.

Esto de hablar de lujos y leer en el blog de Angie sobre su experiencia tenebrosa de Couchsurfing me hizo recordar algo bastante extraño que me pasó viajando. En un día pasé por el asombro, la incredulidad, el contacto con la mafia y el miedo a aparecer muerta, tirada por ahí...

Un viaje lleno de sorpresas

Resulta que con una amiga nos fuimos a recorrer La Rioja, San Juan y Mendoza, provincias de Argentina unidas por la Ruta 40 y por el abrasador calor de sus veranos.
No teníamos del todo claro qué ir a ver; sólo algunas atracciones imperdibles como el Parque Provincial Ischigualasto (más conocido como el Valle de la Luna) y el Parque Nacional Talampaya. Fuera de eso, pensábamos dejarnos sorprender. Y sorpresas no faltaron.

Pueblo chico infierno grande, confirmado

Cuando decidimos por dónde empezar, apareció el nombre de una ciudad-pueblo en La Rioja (no la vamos a develar, no vaya a ser cosa que después de tantos años le causemos un problema a alguien...). La ciudad con aires de pueblo es conocida e importante, sí, pero no tiene grandes atractivos (para mí). Sin embargo, una amiga de mi amiga tenía conocidos ahí y nos sugirió que aprovecháramos el contacto para que los locales nos mostraran el lugar.
Como buenas chicas de ciudad que somos, pensamos que los locales podían estar ocupados haciendo su vida como para sacarnos a pasear. No queríamos molestar.
Sin embargo, más por cortesía que otra cosa, al llegar al modesto hotelito donde nos íbamos a hospedar mi amiga llamó al contacto, una mujer que no sabía ni quién era. Sólo tenía su nombre de pila, su teléfono y algo para decirle: "hola, soy la amiga de Marta*". Del otro lado escuchó una voz muy amable que le daba la bienvenida: "¡Ahhh sí, me dijo que ibas a llegar hoy! ¿Cómo llegaste?" Charlaron un ratito y la señora en cuestión acordó con mi amiga pasarnos a buscar en auto en una hora. Al cerrar la charla le hizo un pedido especial: "no digas en el hotel que te voy a pasar a buscar. A las dos bajá, te voy a estar esperando con un auto blanco en la puerta".

Un viaje con destino desconocido

Por increíble que parezca, aún después de ese pedido extraño, esperamos a la señora (Mariela, pongámosle) y nos subimos a su auto. Mi amiga y yo estamos un poco locas sí, pero no tanto. Si bien mientras la esperábamos bromeábamos un poco sobre su pedido, sabíamos que Marta la conocía. Yo no sabía a qué se dedicaba Mariela pero, como era conocida de una amiga de mi amiga, confié.
Cuando llegó la hora bajamos y, efectivamente, ahí estaba el auto blanco de Mariela. Un auto sencillo. El único lujo que tenía era un aire acondicionado funcionando, que a las dos de la tarde en un pueblo de clima desértico, era un oasis.
Nos subimos al auto y alternamos charla ocasional con indicaciones sobre el pueblo que nos iba haciendo Mariela, mientras nos dirigíamos hacia la casa de su hermano, ya que ahí había un linda piscina, algo que nos había adelantado para que fuéramos preparadas.

El hermano de la conocida de la amiga de mi amiga

En el camino a la casa de su hermano Pedro, Mariela hablaba constantemente de Pedro y de su otro hermano, Pablo. Mencionaba cosas (asociadas a lo que viniéramos charlando) como si nosotras los conociéramos. Yo no tenía idea de quiénes hablaba, pero asentaba con la cabeza porque pensaba que mi amiga sí sabía.
Mientras el auto subía la montaña que llevaba a la casa de Pedro vimos que Mariela saludaba a varias personas, pero es algo bastante típico en los pueblos chicos, donde todos se conocen. Y donde también es costumbre saludar con una pequeña reverencia, aunque uno se cruce con un desconocido. Eso es lo que me gusta de viajar por el interior de la Argentina: saber que si cruzo miradas con alguien mi saludo no va a quedar sin contestar.


Del lujo al miedo en un solo paso

Llegamos a la casa del tal Pedro, que estaba en lo alto de la montaña. Se notaba que la propiedad era grande, porque tenía una pared perimetral bastante alta y larga que la rodeaba.
Al traspasar la entrada nos encontramos con un amplio parque, una tentadora piscina y una hermosa casa de dos plantas.
Hacía un calor terrible. Así que cruzamos dos palabras y Mariela nos animó a tirarnos a la piscina. Por cómo se venía dando la conversación, entendimos que parte de la familia estaba ahí, sólo que estaban dentro de la casa. Así que le hicimos caso y nos zambullimos de cabeza, mientras ella iba a buscar a Pedro.
Unos minutos después salieron ella y Pedro, que nos saludó y nos dió la bienvenida a su casa. Primera vez que nos sentimos mal e incómodas. Unas desubicadas... Ni habíamos saludado al dueño de casa y ya le estábamos usando las instalaciones muy orondas...
Pero Pedro era muy simpático, y nos hizo sentir cómodas nuevamente en segundos. Mientras seguía charlando con nosotras se metió en la pileta él también. La charla entre los cuatro fluyó durante unos breves minutos, hasta que Mariela dijo: "bueno, yo me tengo que ir, pero las dejo en buena compañía, chicas. Disfruten de la pileta, que luego Pedro las lleva a pasear. Chau!". Sin darnos tiempo a reaccionar, desapareció.

Entregadas, literalmente

De repente la alegría se transformó en preocupación. La salida de Mariela fue tan intempestiva, que sonaba rara, sonaba a "entrega". Ahí caí en la cuenta de que no tenía idea de con quiénes ni dónde estaba. Para ese entonces ya sospechaba que Mariela y Pedro eran parte de una familia importante de la ciudad, pero no lograba entender quiénes eran. Y me daba cuenta de que yo suponía que mi amiga sabía, suponía que mi amiga tenía referencias de ellos, suponía que la amiga de mi amiga era más que una simple conocida de ellos... Pero la verdad es que no lo sabía.
Lo único que sabía es que dos chicas jóvenes estábamos nadando en la piscina de un hombre joven, guapo y desconocido, que parecía estar solo en esa casa. Me sentía entregada en bandeja. Ya empezaba a pensar en una red de trata de personas, el caso María Soledad, cualquier cosa! Así que me empecé a sentir incómoda, mientras los tres nadábamos estilo perrito y charlábamos (sí, sólo yo puedo terminar en una situación así de ridícula...).

Las primeras damas

Un rato después (muy prontamente, por suerte), Pedro nos preguntó si queríamos salir a pasear, y las dos nos apresuramos a decirle que sí. Queríamos salir ya de esa casa, para que nadie se confundiera sobre nuestras intenciones.
Pedro nos sorprendió "pelando" un llamativo Jeep. Mientras nos llevaba hasta una mina abandonada, nos dimos cuenta de que a Pedro también lo saludaba todo el mundo. Pero no sólo eso: a él lo saludaban y a nosotras nos miraban raro. Cuando el Jeep avanzaba y dejaba atrás a la gente, nos dábamos vuelta y nos estaban mirando. Rápidamente me di cuenta de lo que estaba pasando: ¡la gente está creyendo que somos los dos gatos** de este tipo! Otra vez me sentí incómoda y atrapada. No había a dónde ir. Iba en un auto abierto, con un personaje conocido, por una ciudad-pueblo donde se conocen todos. Andá a saber con qué compañías se pasea este hombre los fines de semana... Acepté que me miraran con cara de "sos el nuevo gato del Pedro" a cambio de una excursión gratis. Al final, todos tenemos un precio...

Otra parada técnica para el asombro

Entre saludo y saludo, Pedro también nos hablaba de su hermano Pablo como si lo conociéramos. Yo ya no tenía idea de con quién hablaba pero estaba segura de que era una familia que se dedicaba a la política. Todo se me hacía más extraño porque en la Argentina hemos tenido como presidente durante 10 años a una persona proveniente de esa provincia. Y esta familia empezaba a parecerse en sus modos, en sus movimientos, a la familia del ex presidente.
La cuestión es que fuimos a lo del tal Pablo... Llegamos a una casa de fin de semana, con un amplísimo parque, lleno de árboles de frutas varias y nogales. Nos recibieron en la sala de juegos. Eso daba una perspectiva de lo que podía ser la casa. No se veían lujos pero sí ciertas comodidades evidentes.
Me sentí super tranquila cuando el dueño de casa nos recibió junto a su mujer; todos mis fantasmas se desvanecieron (igual, seguía sin entender por qué esa gente destinaba tanto tiempo de su fin de semana a pasearnos por todos lados y agasajarnos con comida).
La tarde transcurrió entre mates, patas de jamón, quesos, nueces cosechadas en su propia casa, y dulces caseros. Entre mate y mate, logré descifrar quiénes eran nuestros anfitriones: el juez (Pedro) y el intendente de la ciudad (Pablo). Una locura. Todo. Para rematar, nos invitaron a cenar esa noche con toda la familia. Allá fuimos, obvio.

Cual mafia siciliana

No quisiera extenderme mucho más sobre el extraño fin de semana que tuve. Pero no puedo dejar de contarles lo incómoda que me sentí cuando presencié cómo se manejan las cuestiones políticas, los favores, las deudas.
Resulta que mi amiga y yo queríamos ir a ver Ischigualasto y Talampaya. Pero teníamos todo en contra: estábamos lejos de ambos parques, teníamos poco tiempo y la temporada de verano estaba terminando. Nos habíamos pasado la tarde llamando operadores turísticos, que nos decían que no salían si nos conseguíamos más viajeros. En un hotel habían quedado en confirmarnos pero, siendo de noche, ya lo dábamos por perdido...
Charlando durante la cena con toda la familia de políticos, comentamos nuestro "problema". ¡Para qué! Mariela agarró el teléfono y empezó a llamar gente. Su discurso era siempre parecido:
"Hola, mi querido. Te llamo porque estoy con dos colaboradoras del intendente que vinieron de Buenos Aires a trabajar el fin de semana (?) y, antes de irse, les gustaría ver algo de las bellezas de nuestra provincia. Entonces, me preguntaba si tendrán algún guía disponible para llevarlas mañana a ver ambos parques (...). Ahhhh, no? ¿Así que ya cerraron la temporada? ¡Ah, pero qué bien que les va en Turismo, que dejan de trabajar antes de que termine febrero! Me alegro mucho de que la gestión del intendente les esté resultando beneficiosa para la industria (...). ¿Y no tendrán algún guía que pueda salir mañana? ¿Ah, no? ¡Qué pena, che! Qué pena porque estas dos colaboradoras del intendente se van a tener que volver a su casa sin haber visto lo que nuestra provincia tiene para ofrecer a nivel turístico, no? Qué pena, realmente. Bueno, cuando ustedes necesitan algo desde la Intendencia tratamos de estar siempre presentes, siempre colaborando pero bueno, entiendo que en este caso no hay nada que puedan hacer... Ok, querido, que sigas bien".
 Mientras Mariela repetía estas líneas con varias personas, el aire en la mesa se cortaba con un cuchillo. Mi amiga y yo no sabíamos cómo decirle ya que no importaba, que no hacía falta, que seguro algo íbamos a conseguir. Con cada uno de esos llamados sabíamos que estábamos metiendo a alguien en problemas. Uno de los asistentes en la numerosa mesa, mitad en chiste mitad en serio, nos dijo "van a dejar a alguien sin trabajo ustedes". Yo casi me atraganto con una empanada de carne.
Por suerte, en ese mismo momento nos llamó nuestra última esperanza y nos dijo que a la mañana siguiente nos pasaba a buscar para hacer ambos parques en el mismo día.

La generosidad del interior

Cuando nos fuimos de esa cena, todavía shockeadas por las demostraciones de poder y la amabilidad anfitriona, me di cuenta de por qué hacían lo que hacían.
Realmente no necesitaban recibirnos porque Marta no era su íntima amiga; era simplemente una persona con la que trabajaban ciertas cuestiones políticas a la distancia. Y tampoco necesitaban ser amables con nosotras por quiénes eran, ya que ni siquiera votábamos en su provincia (diez años después, Pablo todavía está lejos de ser candidato a presidente de la Argentina...).
Simplemente nos abrieron las puertas de sus casas, nos mostraron los atractivos de su ciudad y nos sentaron a su mesa, porque así es la gente en el interior de la Argentina. Esto no es tan habitual en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, donde somos más celosos sobre quién entra a nuestra casa, pero es algo muy común en el resto del país, ya que así se entiende la hospitalidad.
Así que no me llevé grandes impresiones de su pueblo a nivel turístico, pero si me llevo los sabores de su comida regional y la calidez de su gente, que enseguida te abre las puertas de su casa y arrima una silla a la mesa familiar, convirtiéndote en el invitado de honor, aunque no te conozcan.

*Los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger su identidad y mi integridad física. Posta.
** Gato:  Vocablo argentino para designar a la mujer de vida libertina.

junio 10, 2014

Hoteles de lujo: ¿pecado capital o experiencia necesaria?

Por Verónica C.

Como ya habrán leído en un post anterior, mis viajes son low budget (de bajo presupuesto, en buen romance). No soy lo que se dice una mochilera pero en todos los viajes que se comparten en este blog hubo clase turista, hostels, ahorro y mucho esfuerzo para hacerlos.
Pero justamente porque no soy una mochilera y porque una va creciendo (en edad, no en maduración) es que a veces una no tiene ganas de compartir una habitación con 11 personas más, caminar cargada con una mochila, viajar en un autobús con gallinas, y esas cosas que suelen pasar. Y éste era el caso para mi último viaje.

¿El lujo es vulgaridad? 

hotel CafayateEstaba cansada, había tenido un año intenso y cuando llegara a casa debía seguir al máximo. Así que busqué un lindo hotel, donde me consintieran todo lo que se pudiera.
El destino: Cafayate, en Salta, Argentina. Un lugar famoso por sus vinos y la inigualable belleza de las montañas que lo enmarcan, que lo protegen celosamente. Así que la primera gran decisión fue elegir un hotel en el medio de las montañas, no en la ciudad, donde tendría toda la infraestructura que necesitaba (restaurantes, cajeros automáticos, kioscos, taxis), pero no sabía cuánto iba a poder ver las montañas.

La llegada

Llegué a Cafayate de noche, tipo 10. Tomé un taxi y en 5 minutos (literal, quizás menos) estuve en la puerta del hotel. Al llegar, el despliegue: gente que te abre la puerta del taxi, gente que toma tu valija, gente que te espera al pie de las escalinatas y te llama por tu nombre... No estoy acostumbrada a tanto, así que estaba un poco confundida y sentía que me hablaban todos juntos. Pero me dejé llevar. Me dejé mimar, digamos.
viñedo hotel cafayateApenas pisé el lobby me ofrecieron una copa de vino local, que rechacé porque no tomo vino, así que me ofrecieron una botella de agua de la que tomé dos sorbos porque mi checkin estuvo listo en segundos. Dos personas del hotel me acompañaron por los pasillos mullidamente alfombrados y se las arreglaron para explicarme lo mínimo que necesitaba y desaparecer para dar paso a mi privacidad. Amo ese exquisito manejo de los tiempos que hacen los verdaderos entendidos en hotelería y demás servicios al turista...

Mi ritual secreto

Apenas se fueron empezó mi ritual. Cuando me hospedo en hoteles buenos (lo que no es muy seguido), no hay cosa que me divierta más que aquellos primeros minutos sola en la habitación. Soy como un niño en un parque de diversiones. Miro si dejaron algo de cortesía para comer o tomar, pruebo lo mullido de la cama y las almohadas, la suavidad de las sábanas, qué hay en el frigobar (obbbbbvio!), si las toallas son suaves, si hay bata, cómo son las amenities (el shampoo, el jabón...). Pavadas, pero me encanta. ¡Levante la mano el que no hace esto, por dios!

Comer, placer de los dioses

Una de las ventajas del hotel que elegí es que tenía un restaurant gourmet, así que no necesitaba ir al pueblo todos los días para comer. ¡Estaba tan cansada que ni eso quería! Aunque como el dinero no me sobra, pensé que podía resultarme caro comer ahí y estaba un poco preocupada. Pensé: ¿para qué te hacés la millonaria? ¿Para después terminar metiendo comida de contrabando porque no te da la billetera para comer en el restaurant? Jaja, estaba preocupada en serio. Pero la sorpresa fue gratísima: no sólo se comía genial, sino que además los precios eran super razonables para tremendo servicio y calidad de los alimentos.
Croute, mayonesa, jugo de pomeloAsí que tuve unos días a puro placer, malcriando a mi paladar: salmón, cabrito (vegetarianos, sepan disculpar), empanadas salteñas, panes caseros saborizados... Nuevamente, en el restaurant me sentía como un niño en un pelotero: creo que no iba porque tuviera hambre, sino para ver qué había ese día. Antes de que llegara el plato principal siempre traían uno o dos pasos previos con algo rico para comer: una croute con mayonesas o patés caseros, alguna entrada muy gourmet... Todo delicioso. Para rematar, el chef siempre pasaba por tu mesa para preguntarte cómo había estado todo, cómo la estabas pasando en Cafayate, qué planes tenías para los próximos días... Divino.

Dormir como una reina

Nada más lindo en vacaciones que cansarse bien durante el día para disfrutar mejor esa cama espléndida cuando nos hospedamos en un lindo hotel (también he dormido en lugares terribles, extrañando horrores mi humilde camita).
En el caso del hotel boutique que elegí, las noches no podían ser mejores: el silencio de la montaña que invita al descanso, el exquisito perfume de la lavanda natural entre las almohadas (extraídas de los campos del hotel), y la suavidad de la blanquería acariciándome la piel. Creo que el hotel es tan considerado que hasta se fijó en que haya algo de qué quejarse: la cama es tan grande que la mesa de noche queda muy lejos. Unos genios.
Así que dormí como debe dormir la realeza: rodeada de almohadas de diferentes densidades, enredada en sábanas blancas de percal y perdida en una cama inmensa.

Amanecer, otro lujo diario

El despertar también era un lujo: las habitaciones estaban catalogadas como Amanecer o Atardecer, según el espectáculo natural que se pudiera apreciar mejor desde sus amplios ventanales. Mi cuarto estaba del lado Amanecer y con vista a los viñedos, así que recibir el nuevo día era fácil.
Es increíble lo que me cuesta levantarme temprano en mi ciudad pero cómo me gusta madrugar en vacaciones. Es que si sabés que te espera un desayuno delicioso (copa de champagne incluida) y un día sin apuros, en contacto con la naturaleza, es fácil levantarse.
viñedoIgualmente, creo que lo que más invitaba a dejar la cama era ese baño amplísimo, donde el piso de cerámicos no era frío (aún en pleno otoño; esta gente pensó en todo) y donde la bañera para dos personas tenía vista a los viñedos. Así que mi plan era siempre el mismo: por la mañana, espectacular ducha a la luz del sol, y por la noche, baño de inmersión (sin derrochar agua. Culpa, culpa, culpa) mirando las estrellas.
Después de la ducha matinal, me entregaba el suculento desayuno sin apuros, disfrutando los jugos de frutas naturales (hasta creo que sentía el sabor del suelo cafayateño en cada trocito de pulpa) y la pastelería francesa que me transportaba a París sin necesidad de pasaporte. El viaje a la Ciudad Luz que me permitía cada pain au chocolat sólo era interrumpido por algún adorable acento salteño que me preguntaba si necesitaba algo más. Nada, el que necesita algo más en esta situación es un infeliz, pensaba...

La montaña, toda mía

zorro viñedo hotel
El motivo de elegir este hotel y no otro no era solamente disfrutar de un hotel de lujo unos días sino, sobre todo, estar en contacto con la naturaleza. Y fue una misión cumplida, ya que de principio a fin del día estaba leyendo al calorcito del sol de otoño, o recorriendo la propiedad en carrito de golf o caballo, buscando aves o zorros para fotografiar.


Conectar con los sentidos

Finalmente hubo que volver. No me pude quedar a vivir en el hotel, como me hubiera gustado. Pero la conexión con la montaña, y sobre todo con mis cinco sentidos, fue reparadora.
Mis ojos no podían registrar tanta belleza junta, tanta amplitud de campo, tantos matices de colores que propone el Norte Argentino, así que le confié un poco de esa tarea a mi cámara. Quienes hemos vivido toda nuestra vida en una ciudad debemos de vez en cuando hacer silencio y escuchar el viento, o los sonidos de aquellas aves que desconocemos. Pero creo que en este viaje los sentidos más beneficiados fueron el olfato, el tacto y el gusto.
A decir verdad, el gusto no se puede quejar, lo malcrío todo el año (jajaja). Pero el pobre olfato no siempre está feliz de vivir en una ciudad, así que lo llevé a los Valles Calchaquíes para que se empache de las diferentes hierbas aromáticas del camino (jugando a identificar cada una en el plato del almuerzo o la cena), de la lavanda salvaje, de los olores amaderados, del carbón ardiendo para la próxima comida...
El tacto, el gran olvidado de los sentidos (confiamos mucho a nuestros ojos, muchas veces), también tuvo su festín: desde la lluvia perfecta de la ducha, hasta la caricia aterciopelada de las sábanas, no sin olvidar la sedosidad de las amenities, que dejaban el cabello suave y la piel con el nivel justo de hidratación y oleosidad.

Como podrán imaginar, luego de unos días de disfrutar los placeres de la vida, recomiendo ampliamente hospedarse en un hotel de lujo. No por ostentación, no por frivolidad. Simplemente porque existen y, como todo en la vida, hay que probarlos.

junio 04, 2014

6 razones para odiar Nueva York

Por Verónica C.

En el post anterior te contaba cómo pasé de ignorar Nueva York a amarla, en un solo viaje. Pero también te decía que no es perfecta. Así que, para los detractores de la ciudad (alguno debe haber, yo dejé el puesto vacante!) hice una lista de razones para odiar Nueva York. Allá vamos.

El frío más frío del mundo mundial

Cuando en las películas veía Nueva York nevada pensaba que era lindo, glamoroso, hasta sexy. Pero no, es una porquería. Partamos de la base de que odio el frío. Hecha esta aclaración, la verdad es que para un viaje de bajo presupuesto (léase hostel + callejear todo el día + comer barato y en la calle) como el que hice yo, no estaba bueno tremendo frescor.
En invierno el frío de Nueva York te cala los huesos y estar todo el día en la calle es duro. Parecés el muñeco de Michelin con tanto abrigo y, a pesar de que la ropa de montaña es excelente porque te mantiene caliente y es liviana, la verdad es que hay mucho componente sintético y tenés más estática que una central hidroeléctrica.
Invierno New YorkAsí que para recorrer Nueva York en invierno (yo fui a fines de noviembre) es clave llevar ropa cómoda y abrigada y hospedarse en un lugar decente. Yo tuve suerte en todos los lugares donde estuve, ya que había buena calefacción y agua caliente: Hostelling  International, Jazz In the Park y Equity Point. La habitación no era tan cálida en el Loft Hostel en Brooklyn, pero nada terrible... Sí, en 10 días estuve en 4 hostels. Eso pasa por no reservar con anticipación.
Y volviendo al frío, era odioso sacarse los guantes para agarrar algo de la mochila. Llegaba un momento donde daba fiaca sacar una foto... Así que mi objetivo es volver en primavera (el verano es intenso también…).
Eso sí: la recompensa de tanto frío es encontrarte a cada paso con la imagen de una alcantarilla humeante, que se presta para una foto épica.

Las ratas

Las ratas y Nueva YorkHe leído historias sobre ratas en habitaciones de hotel e incluso metiéndose por cualquier huequito en las casas y departamentos. Se ve que hay muchas. Yo no tuve inconvenientes en ninguno de los hoteles que visité, pero debo decir que no quiero viajar en el metro de Nueva York de noche nunca más en la vida. Jamás pensé que pudiera ver una tremenda rata (tamaño gato pequeño) por los andenes, como si nada, a las 12 de la noche. Se ve que a esa hora consideran que el tráfico humano no es suficiente como para asustarse. La asustada fui yo, y nunca más me pude sentar tranquila en un banco a esperar el metro, ni siquiera de tarde.

Todo es un comercio

Ground ZeroLos norteamericanos son conocidos por su capacidad comercial. No casualmente son los creadores del marketing. Y la verdad es que no puedo ponerme en sus zapatos e imaginarme lo que habrá sido vivir aquel 11 de septiembre de 2001 en Manhattan. Me resultó estremecedor caminar cerca del Ground Zero y recrear en mi mente esas imágenes vistas en los noticieros hasta el hartazgo: miles de personas corriendo, aterrorizadas, por esas calles angostas. No puedo ni imaginar lo desesperante que habrá sido ver la enorme nube de polvo y estar en una isla superpoblada, sin saber qué está pasando y con todo el transporte cortado.
Sin embargo, al ir al Ground Zero me sorprendieron varias cosas: desde la gente sacándose selfies (!) hasta un local de souvenirs. ¿¿¿En serio??? ¿En serio la gente compra imanes para la heladera con la foto de las dos torres y la leyenda “We Will Not Forget” (“No olvidaremos”)? ¿En serio la gente compra un peluche vestido como un bombero y con una clara referencia a ese día? Me daba tanta pena cada souvenir, que no podía encontrar el homenaje.
Entiendo que el pueblo estadounidense tiene un nivel de patriotismo que en Argentina no tenemos, pero me costó asimilar eso. Me la pasé lagrimeando toda la visita.

La falta de "cafetines de Buenos Aires"

Sé que en unos pocos días y como turista uno no ve mucho. La visión que uno se lleva de un lugar es totalmente parcializada.
Pero me llamó mucho la atención que por los lugares más céntricos de la ciudad (Times Square, la zona del Flatiron, cerca de los edificios Chrysler y Empire State) me costara encontrar bares con vidriera a la calle, algo tan común en Buenos Aires. En general los frentes de los comercios eran bien angostos y en muchísimos casos el poco frente disponible estaba ocupado por la caja registradora, un grill, o cualquier otra cosa. Las mesas se ubicaban al fondo, sin vista al exterior.
De hecho, en Times Square quise desayunar mirando la calle porque esperaba que en cualquier momento nevara y me fue imposible encontrar un café con vista (están el Hard Rock Café y Bubba Gump Shrimp Co., pero ninguno es un lugar para desayunar), y mucho menos con un piso superior, algo bastante común en las esquinas de Buenos Aires también. Por suerte, había un Mc Donald's que cumplía con casi todas mis exigencias: vista a la calle, altura, precios aptos para mi bolsillo. Eso sí: los asientos frente a la ventana estaban todos ocupados y además un cartel tapaba bastante. Pero podía ver algo del movimiento de la ciudad mientras tomaba mi café. También está el Europa Café en la 7 y la 43 (sueno re local, no?), pero cero clima. Autoservicio, gente apurada, bastante turista... Nah.

Little ItalyEn los demás cafés donde me senté noté mucha mesa individual y gente sola. No vi que nadie usara el café como lugar de reunión de amigos.
Seguramente esos lugares existen (en Tribecca, Soho, Greenwich Village) pero yo no me los crucé y además noté mucha cultura del on the go. Todo es individual y para llevar. Eso me hizo pensar que yo no podría vivir en New York. Donde me sentí más cómoda fue en Little Italy, y no es casual: no tengo sangre italiana pero a comienzos del Siglo XX un 40% (!) de la población de Buenos Aires era inmigrante, y una gran mayoría eran italianos.

La falta de naturaleza

Patinaje sobre hielo en Bryant ParkSi en tus viajes te gusta que haya naturaleza, NYC no es el lugar para ir. Están muy orgullosos de su ciudad (para mí tienen con qué) pero no ves un espacio verde más allá del Central Park.
Recuerdo la sensación de alivio cuando llegué a Washington Square, que es como una plaza grande. Bryan Park, ni cuenta. Al menos en invierno cobra protagonismo la pista de patinaje y las áreas verdes no sólo están "peladas" sino que además están cubiertas por los puestos de una feria artesanal/de alimentos.
Si querés ver algo de naturaleza tenés que tomarte un bus hacia las cataratas del Niágara, lo que te va a quitar el día completo.

La Navidad al palo

Si odiás la Navidad, ni se te ocurra ir a NYC desde fines de noviembre hasta los primeros días de enero. Los tipos son los reyes de la Navidad. En la calle escuchás paso a paso las campanitas de las personas que están colectando dinero. En los locales suenan todos los villancicos posibles. Te encontrás lucecitas navideñas hasta adentro del inodoro. Yo creo que si entrás a Toys R Us te da un ataque. Así que preservate y andá en otra época.


Bueno, y ahora me voy a sincerar. Comencé este post tratando de hacer una lista de 10 razones para odiar Nueva York, pero sólo encontré 6! Nuevamente, NYC gana.
Si tenés más razones para odiarla, comentá!

mayo 01, 2014

New York: la ciudad que te abofetea

Verónica C.

Yo era de las que no se morían por conocer Nueva York. Pero la posibilidad asomó a mi puerta y decidí darle una chance. Mientras volaba hacia la ciudad que nunca duerme, pensaba: más te vale que estés buena, porque me cuesta mucho dinero venir a conocerte…
La llegada al aeropuerto J. F. Kennedy no es glamorosa, como yo esperaba. Desde el avión ves una costa pobretona, zonas fabriles, casas que rozan con un rancho... Yo esperaba sobrevolar la Estatua de la Libertad y los rascacielos, ¡qué decepción! Después me enteré de que eso lo ves si llegás por el aeropuerto de Newark, ese que yo discriminé por no tener (no lo comprobé) tan buenas conexiones con Manhattan en transporte público.
Pero a pesar de esa primera y efímera impresión, la ciudad se encarga de darte una soberbia bofetada y de dejarte atónito instantes después de tu llegada. Así que ahora soy de las que recomiendan fervientemente conocer Nueva York, jajaja. Te voy a contar por qué.

New York y su personalidad

New York y su personalidadSi bien me gustan mucho más los viajes a la naturaleza, lo que disfruto de ir a las ciudades es descubrir su personalidad. Como si fueran personas, hay que tomarse un tiempo para conocerlas sin prejuzgar y, luego de eso, podés amarlas, odiarlas, o serles totalmente indiferente.
Mi prejuicio consistía en que Nueva York era altanera, snob, tonta... medio Paris Hilton. Pero me parece que había hablado con un único tipo de viajero. Con lo que me encontré fue con una ciudad impactante pero cercana, sorpresiva, bella, inteligente, irónica, y llena de cultura.
Así que si tuviera que darte alguna recomendación a vos (o a mí misma) es que experimentes el mundo (sea un viaje o conocer al vecino) por vos mismo, y no por la descripción de nadie. Mucho menos por este post, claro.

La ciudad déjà vu

New York es un déjà vu permanente. Es sentir a cada paso que ya conocés ese lugar, aunque no hayas estado nunca ¿Tan fuerte es la penetración cultural?
La ciudad déjà vu
Todavía recuerdo la confusión que sentí cuando, llegando a mi hostel cerca del Harlem, ví unas casas muy lindas, iguales a las de las películas. Tenía la extraña sensación de haber estado ahí antes. Pero no, no estuve nunca. Chequeé mi pasaporte, está confirmado: ¡es la primera vez que ingreso a Estados Unidos! ¿Pero entonces por qué tengo esta sensación? No lo sé. Me pasó mil veces durante el viaje. En vez de avanzar sorprendiéndome a cada paso con algo nuevo, la sensación era que iba "redescubriendo" un lugar que ya había visitado o soñado. Muy loco.

NYC y Buenos Aires, no tan diferentes

Otra sensación maravillosa fue conocer Wall Street (sí, puede que sea lo menos relevante para la mayoría de los turistas). Estaba ansiosa por verla vacía, un domingo a la mañana. Me la imaginaba gris, metálica, ideal para las fotos. No era taaaaan así pero no me decepcionó.
Wall StreetDe todas maneras lo más sorprendente fue que resultó mucho más parecida a la city porteña de lo que me hubiera imaginado jamás. Quitando el Trump Building que es altísimo, Wall Street me resultaba bastante parecida a la zona de Reconquista y Corrientes en Buenos Aires.
Habrá quienes dirán que tengo una imaginación muy amplia, pero los andamios en las fachadas de los edificios en refacción, las calles estrechas, vacías el domingo pero esperando a convertirse en un hormiguero el lunes, tenían un clima muy similar a la zona de negocios de mi ciudad.

¿Qué tiene el famoso Central Park?

Me daba bastante curiosidad ver qué tenía el Central Park para que locales y extranjeros estuvieran tan locos por él. Así que dediqué un día a recorrerlo. No había otra cosa en la agenda. Hoy: Central Park. Y veamos quién gana, él o yo.
Así que fui hasta el Museo Guggenheim, crucé la calle, y me adentré en el parque no sin antes comprarme un pretzel caliente en un puesto callejero. ¡Creo que lo comí con los guantes puestos, del frío que hacía! Por eso no hay fotos del humeante pretzel relleno con vaya uno a saber qué. No me lo cuestioné. Estaba bueno y necesitaba calorías. Es como de masa de pizza y entre el relleno me pareció ver morrón colorado. Suficiente información para mí. Entremos al parque nomás.
Central Park
Adentrarse en Central Park implica olvidarse de que uno está en una ciudad. Primera sorpresa. Estoy quizás a 100 metros de la Quinta Avenida y no se escucha nada. Además, quienes están en el parque a media mañana de un día de semana no están estresados: gente haciendo deporte, paseando mascotas...
Segunda sorpresa: está lleno de ardillas. Para quienes somos del hemisferio sur, ver ardillas es mágico. Bah, no sé, habrá gente que las odiará. Yo podría pasarme el día mirándolas. Son escurridizas, así que tratar de ver una es divertido.
Tercera sorpresa: voy caminando por un lugar del parque donde estoy completamente sola. No hay nadie más que las ardillas y los pájaros en los árboles. Me dirijo a uno de los tantos puentes que tiene el parque, para cruzarlo por debajo. A medida que me voy acercando escucho el Ave María. Empiezo a acelerar el paso hacia el sonido, medio desorientada. No sé si el sonido está viniendo desde el puente o desde otro lado. No sé si dejarme llevar por los ojos o por el oído. Por suerte ambos me llevan al mismo lugar, justo cuando está terminando el Ave María, una canción que me encanta. Debajo del puente había un chico joven (20 y tantos años), con pinta de futuro actor de Broadway, aprovechando la acústica maravillosa de ese lugar que proyectaba su voz cristalina a más de 100 metros de ahí. Soy bastante tímida, me daba cosa decirle algo. Pero la verdad es que sonaba demasiado bien y me había regalado, sin saberlo, un momento mágico. ¿Cómo no agradecérselo de alguna manera? Me imaginé que si se animaba a cantar ahí, debía ser artista. Así que pensé que un "Brávou!" sería lo mejor que le podría decir. Sonrió, sorprendido y agradecido.
Yo seguí mi camino hacia la próxima sorpresa: una visita guiada gratuita por el parque. No sabía que existían pero me sumé y allí descubrí que en realidad el Central Park tiene poco de natural, es todo un proyecto de paisajismo. Y lo más loco: es el primer trabajo del paisajista que lo diseñó. Ya estoy empezando a querer este parque...
Sigo recorriéndolo y a cada instante me encuentro con una postal divina: un banco de madera solitario en el medio de una alfombra de hojas secas que pareciera que hace días que nadie pisa, unos puentes hermosos (alguno me suena conocido de alguna película de Woody Allen), un puesto de café justo cuando ya me estoy muriendo de frío otra vez, el homenaje a John Lennon (Strawberry Fields Memorial), y así...

- Veredicto: el Central Park me ganó por goleada.
- Nota mental: volver para un picnic un domingo junto a los neoyorkinos, cuando haga calorcito.


No alcanzan los ojos

Más allá de que la ciudad te cautive o no, algo en lo que creo que todos podemos coincidir es en que no alcanzan los ojos para ver todo lo que hay. Porque tenés los cientos de íconos que el cine te mostró mil veces (la Estatua de la Libertad, el edificio Chrysler, el Puente de Brooklyn, etc.), más aquellas pequeñas cosas que te gustan sólo por estar en una ciudad extraña (la señalética. ¿Quién no le sacó una foto a los cartelitos de “One Way”?), más todo lo nuevo que no viste ni leíste en ningún lado (incluso si estuviste hace poco).
Para mí, la experiencia más abrumadora en este sentido fue bajar del avión, dejar las cosas en el hostel e ir a Times Square. Creo que ahí fue cuando la ciudad me dio su primera bofetada y me sacó de esa actitud “¿a ver qué tenés para mí, Nueva York?” que llevaba.
New York desde Top of the RockLlegar a Times Square de noche es agobiante, de alguna manera. Recuerdo que me sentía una campesina. Quería mirar a la gente, a los carteles de led enceguecedores, ver qué obras estaban en Broadway, mirar esa esquina icónica, y todo sin caer en alguna alcantarilla abierta (por suerte no las hay) o ser atropellada por no mirar el semáforo (mucho más probable).
Más allá de esta sensación abrumadora, recomiendo ampliamente ver Times Square por primera vez de noche. De día no tiene tanta gracia.

Ni hablar de subir al Top of the Rock (Rockefeller Center). Hacete un favor: subí al atardecer o una vez que ya es completamente de noche y después de haber recorrido la ciudad por varios días. No vas a poder creer la cantidad de luces que hay en esa ciudad y, cuando lo ponés un poquito en perspectiva, no vas a poder creer la altura de esos edificios (incluido en el que estás vos). Los angloparlantes tienen una muy buena palabra para describir esta experiencia: breathtaking (que te quita el aliento).

New York, clásica y moderna

Como las personas bellas, New York resiste el paso del tiempo con más que dignidad. Lo hace con garbo.
Es como cuando ves una foto de alguien agraciado físicamente. No importa si la foto es de hace 1 año, 10 o 100, se ve linda igual. Bueno, Nueva York es así.
En los años 30s, 40s, 50s, 60s era glamorosa, elegante. En los 70s, 80s, 90s, era cool. Y lo sigue siendo. Es una ciudad que tiene su belleza clásica intacta y lleva con buen gusto la modernidad. Nunca hubiera imaginado que había buena arquitectura para ver; en mi ignorancia pensaba que todo eran rascacielos, no sé.
New York resiste una foto color y una blanco y negro. Ahora, hace 50 años, o en los próximos 50.

De la indiferencia al amor hay un solo paso

Y así fue como, de ignorarla totalmente pasé a amarla. Así es Nueva York. Te atrapa aunque te resistas, como yo. Y, como las personas, no es perfecta.
En mi opinión, es una ciudad para visitar varias veces. La primera vez podés visitar todos los clichés: Central Park, Times Square, el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad, Broadway, Wall Street, los museos, hacer shopping, etcétera, etcétera y más etcéteras. La ciudad es grande y tiene miles de cosas para ver.
Pero en tu segunda visita ya podés dedicarte a caminar más, a ir a los bristós y bakeries, ver qué hacen los fines de semana los neoyorkinos, etc. Es decir, mezclarte más con los locales e indagar en las cosas que a vos te gusten: comida, cultura popular, arquitectura, artes escénicas, lo que sea. Seguro que Nueva York lo tiene.

abril 05, 2014

Oaxaca, corazón (y estómago) de México

Oaxaca de Suárez Centro Histórico
Por Verónica C.

Oaxaca (léase "Oajaca") podría ser no sólo la capital gastronómica -como muchos afirman- sino también la capital cultural de México. Quienes viven en el D.F. los lunes cuentan qué comida oaxaqueña comieron el fin de semana en un nuevo restaurant, puesto callejero, o en su propia casa a manos de alguna buena cocinera. Oaxaca es, a los mexicanos, lo que son Salta (con sus humitas y tamales), Tucumán (con sus empanadas), o Mendoza (con sus vinos) a los argentinos. Allí se originan muchas costumbres y comidas que ya son de todos los mexicanos, y que los representan en el mundo entero. Por si queda alguna duda de la importancia culinaria de la ciudad, hasta tiene un queso nombrado en su honor, que se come en todo el país.

Cuando decidí viajar a Oaxaca mi amiga Susana me dio una lista (¡una lista!) de todo lo que tenía que tomar y comer para hacer la experiencia completa. Lista en la que colaboraron varios amigos mexicanos. Cada uno agregaba su “imperdible”, mientras yo me preocupaba por cómo comer todo eso en tan sólo dos días.

Era viernes. Terminé de trabajar y salí corriendo al aeropuerto. El tráfico del D.F. es conocido por su imprevisibilidad y no quería perder el vuelo. Llegué a la ciudad de Oaxaca de Suárez, capital del estado, por la noche. Recorrí un poco las hermosas calles del centro, llenas de turistas y edificios coloniales y barrocos, que resisten los movimientos constantes de una de las ciudades más sísmicas del país.
Me perdí viendo grupos de gente por aquí y por allá, ensayando para un desfile público. Es que llegué en plena Guelaguezta, la fiesta popular más importante del estado, dedicada a Centéotl, diosa del elote (maíz). En la actualidad La Guelaguetza se convirtió en un espectáculo de música y baile que se realiza en un anfiteatro al aire libre y se televisa, al mejor estilo de los festivales argentinos de Cosquín o Jesús María.

Mesa mexicanaPapel picadoMi estomago se encargó de recordarme la lista y devolverme al Centro Histórico. Entré en un restaurant y me sorprendí gratamente con una explosión de color ¡Estaba en México! Al menos ese restaurant cumplía con lo que en mi cabeza México debía ser: el techo estaba plagado de los típicos banderines de papel troquelados y multicolores a los que los mexicanos llaman “papel picado”, las mesas tenían banderas coloridas y los manteles verdes aludían inevitablemente a la bandera nacional.

Sopes y tamales
Ordené lo que me pareció más tradicional, olvidando que lo más tradicional en las mesas mexicanas es la abundancia. El menú estaba compuesto por tres pasos pero a mí me parecían treinta. Con curiosidad (y esfuerzo), probé la sopa, los sopesitos y los tamales con mole. Todo rico. Todo picante. Para apagar el fuego me valí de los totopos (que los argentinos llamamos, erróneamente, nachos) y de la refrescante agua de piña. Me sentí vencida por la comida. Probé todo pero no terminé nada. Destrocé los tamales envueltos en hojas de plátano porque no supe cómo comerlos (la explicación del mesero llegó un poco tarde).

Chocolate caliente y pan de yemaA la mañana siguiente lo que menos me preocupó fue recuperarme del atracón nocturno. La lista seguía ahí, mirándome fijo, y recordándome que me quedaban menos de 48 horas para completarla. Así que salí a la calle enfrentando el frescor matinal de verano y me dejé llevar de las narices por el aroma a chocolate de las calles cercanas al Mercado 20 de Noviembre. Las chocolaterías todavía no estaban abiertas pero dejaban escapar su perfume exquisito.
No encontraba ningún lugar abierto para desayunar cuando pasé por la puerta de un sencillo hotel. Salía un hipnotizante olor a chocolate caliente, como si el mismísimo Moctezuma lo estuviera revolviendo. Pensé que con ese lugar no podía equivocarme y, aunque mis ojos no se sentían tentados, mi olfato me decía que no lo dudara.
Al sentarme, me preguntaron si quería mi chocolate con agua o con leche. Respondí "con leche, por favor". Mientras esperaba inspeccioné el lugar detalladamente hasta que frente a mí ví el nombre: Chocolate Posada. Listo, nada podía fallar. Y así fue.
El chocolate llegó en una taza generosa, de boca ancha y, si uno hacía el suficiente silencio, podía escuchar las burbujas explotando, como cuando uno exagera con el jabón y el agua no llega a llevarse todo de la pileta. El xocolatl había venido espumoso, tentador, como aquellos cafés con leche que ya cuesta conseguir en Buenos Aires. A su lado, un pan de yema completaba el austero cuadro. Me gustan los desayunos más opíparos, pero me dejé sorprender y taché dos ítems más de mi lista cruel.
El pan de yema tiene una textura parecida al pan dulce que comemos los argentinos para navidad, aunque es un poco más esponjoso y también, para mi gusto, más rico, más "avainillado", si es que existe esa palabra. Para ser breve, odio el pan dulce pero el pan de yema me gustó.
Mientras disfrutaba del calor que me aportaba ese chocolate en la mañana fría, me di cuenta: ahhhhh, "Como Agua Para Chocolate"!  No leí el libro de Laura Esquivel ni vi la película de Alfonso Arau, así que tardé en hacer la asociación, pero ahí comprendí que para los mexicanos debe ser mucho más usual tomarlo con agua que con leche.

Durante un fin de semana y entre las visitas al Tule, Mitla, Monte Albán y Hierve El Agua, me las arreglé para reducir los pendientes de mi lista. Estaba de suerte; mi llegada a Oaxaca también había coincidido con el Festival de los 7 Moles. Así que probé mole de ollamole rojomole negromole coloradito… Pero un poquito de cada uno ¿Por qué? Porque no sólo también tenía que probar la sopa de chayote sino que en el lugar donde paré tenían mi comida mexicana favorita: pozole.
Sopa de chayote
PozoleEsta especie de sopa prehispánica hecha a base de granos de maíz (que no estaba en la lista) lleva carne de pollo o de cerdo como ingrediente secundario, según la región en la que se esté. Yo siempre lo comí con pollo y, aunque en cada lugar es distinto, siempre es igual de rico.

Café de ollaRematé el festín para mis papilas gustativas con el famoso café de olla, que me sorprendió porque, a pesar de su color oscuro, no es fuerte y siempre llega a la mesa con el nivel justo de dulzura ¿Cómo hacen? Pero lo más sorprendente es el viaje en el tiempo que propone cada taza. Resulta fácil retrotraerse a fines del 1800 con los recipientes de cerámica rústica en las cuales se sirve siempre este café. Cuando acercaba el pocillo a mi boca no sé si el aroma, el humo o qué me hacían imaginar, inmediatamente, una cocina a leña, un vestido con miriñaque, unos sartenes de cobre colgando del techo, y ese café, servido por alguna criada. Suena ridículo que en pleno siglo 21, con un smartphone en la mesa, pudiera abstraerme así. Pero juro que el café de olla lo logró, cada vez.

Agua de chilacayota
Luego de la caminata el calor de la tarde se hacía sentir. Y, a decir verdad, el mezcal probado también. ¡Sí, porque mi lista también incluía mezcal! En las fábricas de este destilado oaxaqueño te dicen “Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también. Y si no hay remedio, litro y medio" y, con esa excusa, te hacen probar más de la cuenta. Así que paré a descansar un poco y me fijé si mi lista tenia algo que pudiera acompañar ese momento. Por supuesto que sí. Me acerqué a un puesto callejero y me pedí un agua de chilacayota. Su sabor me recordó al de una compota, de manzana o de ciruela. Era refrescante pero no me encantó. Las que estaban felices eran las múltiples avispas que había, así que decidí cederles mi bebida para que la disfruten y dejen de aterrorizarme.

Tlayuda con tasajoSe me iba terminando el fin de semana y mi lista seguía torturándome. Así que me fui al Restaurant Hostería de Alcalá para la última cena, que dediqué a otro plato muy típico, de esos de los que no podés de dejar de probar porque si no es como si no hubieras estado ahí: tlayuda con tasajo. Se trata de una tortilla mexicana que viene con tasajo (un corte de carne de res) y tomate, lechuga, queso, palta, etc. Estaba buenísima, pero me había pasado el fin de semana comiendo. Así que con todo el dolor del alma dejé gran parte en el plato y me fui. Al día siguiente me iba a dedicar a buscar el alebrije perfecto y la Catrina más linda, para lo que necesitaba estar descansada y liviana.

Con la pesadez de media lista recorrida me dirigí nuevamente al Centro Histórico, para verlo de día.
CatrinaBarro Negro de OaxacaAhí comprobé que Oaxaca no es sólo una exuberancia de sabores, sino que también es una explosión color. El barro negro de las artesanías contrasta con los escandalosos colores de las Catrinas (esas señoras bien ataviadas pero ¡muertas! que son tan características) y los alebrijes, una de las expresiones artísticas más exquisitas de todo el país. Los alebrijes son seres (muchas veces mezcla de varios animales, reales o mitológicos) nacidos en la imaginación o los sueños del artista. Por eso, no hay dos iguales.



Cuando el avión ya me estaba mostrando Oaxaca desde el cielo -la cantidad de estímulos a los que uno se ve expuesto no dejan tiempo para la reflexión- llegué a la conclusión de que la ciudad es un estallido para los sentidos. Olores, colores y sabores en su máxima expresión. Es el baile y es la muerte. Es el chile que pica en la lengua y el chocolate que la acaricia. Es el negro del barro y los colores estridentes. Oaxaca es, para mí, el corazón de México.

En cuanto a mi lista, voy a tener que volver para completarla...