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octubre 26, 2015

Barcelona en un toque


Ya te conté qué se puede ver, oír, saborear y hasta oler en Barcelona. Y será bastante difícil transmitirte las sensaciones táctiles que uno puede tener en la ciudad, porque solemos concentrar todos nuestros esfuerzos en la vista. Pero haré lo posible.

La Playa

Como ya te he comentado, la vida en Barcelona incluye necesariamente al mar. Así que, apenas bajada del avión, mi amiga y huésped me llevó directo a la playa. Fue el mejor lugar que podría haber elegido para ponernos al día sobre cómo estábamos, mientras comíamos una pizza. Tenía todo a la vez: el relax post-avión, ver la escena local, degustar una pizza, charlar y, encima de todo, spa. ¿A quién no le gusta hundir los pies en la arena húmeda y fresca? Esa sensación vale doble cuando venís de 12 horas de vuelo, es verano y hace casi un año que no pisás una playa.

Años esperando

Vista_desde_la_Sagrada_Familia
Así como había esperado casi un año para volver a tocar una playa, había esperado la mitad de mi vida para conocer La Sagrada Familia.
La monumental obra del genio Antoni Gaudí (perdón, es que lo amo mucho), podría convertirte en católico aunque fueras ateo.
Tal era mi emoción por cumplir el sueño de estar ahí, que no me bastaba con verla, quería experimentarla con todos los sentidos posibles. ¡Si me hubieran dado un pedacito de mármol me lo comía, creo yo!
La_Sagrada_Familia_Torre_del_Nacimiento
 Así que más allá de maravillarme con los techos de película, los juegos de luces que provocan los vitrales, y las vistas increíbles desde las torres, aproveché para tocar todo lo que pude.
Acaricié los mármoles de los asientos y palpé la rugosidad de la piedra fría de la Torre del Nacimiento, traída de la montaña de Montjuïc de Barcelona.

Tocando a Gaudí

Casa_Milá_La_Pedrera
Creo que a esta altura del partido ya quedó claro que soy fan de Gaudí, no? Bueno, la cuestión es que recorrí sus obras más importantes, y en Casa Milá (más conocida como La Pedrera) y Casa Batlló hice lo que no se debe: toqué todo.
Yo sé que son museos, que uno no debe. ¡Pero algunas superficies invitan a ser tocadas!
Casa_Milá_La_PedreraEn Casa Milá uno puede acceder a uno de los tantos departamentos que, en algún momento, fue habitado por alguna familia adinerada de Barcelona. Y, mientras los demás turistas sacaban fotos, yo tocaba (lo que se podía, claro). Yo acariciaba puertas, marcos... una demente, sí. Pero basta observar lo que son las puertas de los baños o los cuartos de servicio (arriba, izquierda). Las puertas más insignificantes del mundo Gaudí las volvía arte.
La gente normal bajaba la escalera de Casa Milá tomándose de la baranda. Yo, en cambio, acariciando la curva que Gaudí diseñó en mármol (arriba, derecha).
Casa_BatllóY si en Casa Milá rompí la regla básica de un museo, en Casa Batlló debería haber quedado detenida, directamente.
La Casa Batlló recrea el mundo submarino, con sus curvas sinuosas y los diferentes azules del patio interior.  Mientras bajaba esta escalera espectacular (izquierda) recorrí con las puntas de mis dedos el relieve de cada cerámico.
Casa_BatllóEste edificio, construido originalmente por otro arquitecto pero remodelado completamente por Gaudí es el templo de la ergonometría. Antoni Gaudí solía construir muebles que se adaptaban amablemente al cuerpo (sillas, sillones), pero en este caso llevó el concepto al extremo (y ahí, precisamente ahí, es donde uno quiere tocar todo!): las barandas de las escaleras, las manijas de las puertas, las canillas de los baños, todo, absolutamente todo lo que un habitante de la casa podría tocar en su vida cotidiana, fue diseñado ergonométricamente y calza a-la-per-fec-ción en una mano, cualquiera sea su tamaño. Durante la visita guiada te lo van contando, y me vi terriblemente tentada de comprobarlo. Doy fe, calza perfecto en la mano.

Tocando sin culpa

Gato_de_Botero_BarcelonaHabrá varios lugares en la ciudad donde tocar no esté tan prohibido como en un museo. A mí se me ocurren dos: uno tiene que ver con el arte, y el otro no.
El primero es la estatua del Gato de Botero, ubicada en la Rambla del Raval. La obra de arte al aire libre carece de la solemnidad típica de los museos e invita a ser tocada, especialmente en los días de calor, en los que uno puede sentir el frescor de su bronce.
El otro lugar que viene a mi mente donde uno puede tocar sin culpa es el Mercat Els Encants. Se trata de un mercado de pulgas (no muy visitado por turistas), ubicado cerca de la icónica Torre Agbar. Ahí uno puede revolver y comprar -tanto nuevo como usado- ropa, accesorios, decoración, libros, tecnología y más. Sólo es cuestión de recorrer, mirar y, por supuesto, tocar.

julio 03, 2014

Viajar solo: lo que te puede pasar

Por Verónica C.

Creo que el mundo se divide entre los que han viajado solos alguna vez y los que no lo han probado nunca.
Cada vez que me preguntan si entre mis consejos de viajes incluyo viajar en solitario, siempre digo que sí. No importa si sos hombre o mujer, joven o viejo, es una experiencia que toda persona debería tener una vez en la vida, a pesar de todo lo que te puede pasar...

Cómo comencé a viajar sola

viajar solo
Tenía ganas de ir a un lugar que queda a más de 1.100 km. de Buenos Aires y no había dinero para aviones en esa época... Así que, para evitarme un viaje largo en ómnibus, decidí ir parando en las ciudades intermedias.
Pero la inexperiencia es la mejor maestra: no reparé en que las ciudades que iba a visitar no eran especialmente atractivas, que iba sola por primera vez y que iba con mis problemas a cuestas. Todo listo para un combo letal.
Ese viaje no lo disfruté, pero aprendí mucho. Aprendí que los problemas van con uno a donde uno vaya, por eso la solución no es viajar: la solución es tomar el toro por las astas y resolverlos. Me ahorré mucho sufrimiento y dinero con ese descubrimiento, solamente.

No dejes para mañana lo que puedas viajar hoy

Aún sin haberlo pasado muy bien en ese primer viaje solitario, reincidí y, años después, volví a viajar sola. Nuevamente mis necesidades, tiempo y/o presupuesto no coincidían con los de los demás. Y no quería que me volviera a pasar algo de lo que todavía me estoy arrepintiendo: cuando tuve el tiempo y el dinero para ir a recorrer Europa no lo hice porque no tenía con quién ir. Quince años después, todavía estoy esperando que los planetas se alineen para poder hacer ese viaje. Ya va a llegar.

Mujeres viajando solas

mujeres que viajan solas Cuando anduve por otros países, siempre había alguien que me decía "¿Estás viajando sola? ¡Qué valiente!". ¿La verdad? Nunca estuve de acuerdo con esa afirmación. Para mí un valiente es alguien que se aventura a lo totalmente desconocido, a hacer algo riesgoso.
Así que aquí va un primer mito a desterrar, para aquellos que nunca viajaron solos: no requiere de valentía. Uno puede elegir el grado de aventura que desea ponerle. Se puede ir a una ciudad, hospedarse en un hotel y contratar excursiones o hacer dedo, dormir en campo abierto y darte un chapuzón en el Amazonas. Eso depende de vos.

¿Cualquiera puede viajar solo?

Probablemente no pero, justamente, mi consejo es que lo pruebes, para saber si estás en el grupo de los que disfrutan u odian viajar solos. En cualquiera de los casos, vas a aprender mucho sobre vos mismo y tus siguientes viajes van a ser mejores.

¿Se puede ir solo a cualquier lugar?

lugares para viajar soloSi bien hay lugares para viajar con amigas, sitios para viajar con pareja, destinos para visitar en familia, etc., creo que casi todos los lugares son para viajar solo también. 
Las grandes ciudades te mantienen entretenido, hay mil cosas para ver y hacer. Es difícil encontrar un rato para aburrirse. Por otro lado, los destinos con más naturaleza (ciudades de playa, pueblos en la montaña, etc.), permiten bajar el ritmo y pensar. A veces necesitamos eso. A veces lo que menos queremos es pensar. 
Estas son las que cosas que hay que tener en cuenta al momento de decidir el próximo viaje. Es decir, no vayas a una isla romántica si te acabás de pelear con tu pareja...


Viajar solo: todo lo que te puede pasar

Cosas malas te pueden pasar en cualquier lado, incluso en la puerta de tu casa. Así que ya desterramos dos mitos:
- no viajo solo/a porque hay que ser valiente
- no viajo solo/a porque es peligroso

Por mi parte, viajando sola me pasaron estas cosas terribles:

- La gente se me acerca a hablarme (en hoteles, en excursiones, en el transporte público...), porque no interrumpe ninguna charla.
- Si necesito algo (una indicación, un mapa), siempre tengo más ayuda si lo voy a pedir yo sola que si voy en grupo.
- Tengo tiempo en silencio para pensar, para escuchar el sonido del viento o de las hojas que crujen bajo los pies. Muchas veces, viajando en compañía uno ocupa el tiempo en charlas superfluas (no siempre, claro).
- Me di cuenta de que tenía muchas más habilidades de las que creía. Al estar con otro, hay cosas que no ejercitás porque el otro es el que se encarga de llegar a tiempo al transporte, hacer una reserva, encontrar el camino al hotel, etc. Viajando solo prestás atención a todo, porque toda información sirve. 
Viajando solo/a te das cuenta de lo que te gusta y, también, de lo que no te gusta. Pero, sobre todo, te das cuenta de que la vida es demasiado corta para estar haciendo cosas que no te gustan. Entonces, sin ofender a nadie, empezás a decidir. ¿No te gusta lo que va a hacer el nuevo grupo que acabás de conocer? No vas. Cuando te relacionás con extraños te das cuenta de que la vida debería ser más sencilla y que está en tus manos poder hacerlo. Seguramente, cuando vuelvas a casa empieces a tomar algunas de esas decisiones con tu gente querida, y vas a descubrir que todo era mucho más sencillo de lo que vos querías creer.

Ángeles guardianes en el camino

De todas las cosas que me pasaron viajando sola, hay una que me sorprendió y me dio fe en la raza humana. Sí, así.
Resulta que no me gustan los aviones. Y viajando sola descubrí que esos momentos en los que viene el miedo (no es todo el tiempo, son momentos) son más crueles si uno no tiene con quién compartirlos.
Iba de Guadalajara a México DF. Como siempre, llegué al avión y me acomodé en el asiento de la ventana. Le tenía tanto miedo al giro post despegue que me obligué a sentarme en la ventanilla y mirar durante muchos vuelos, cual escena de La Naranja Mecánica. Ahora puedo decir que sigo sin disfrutar ese momento pero es un miedo superado. En el asiento del medio se sentó una señora y, en el del pasillo, su marido.
Image by Cuando llegó el momento del despegue yo me puse tensa, como era normal (nótese que digo "era"), pegando la cabeza al respaldo y las manos a los apoyabrazos. Debería tener cara de condenada a muerte... jaja. Cuando el avión hizo su giro habitual, debo haber insultado o algo así, porque la señora no pudo evitar mirarme y reírse un poquito. Ahí empezamos a charlar, auspiciadas por la simpatía de los mexicanos.
María me preguntaba qué andaba haciendo y se maravillaba con los viajes que le contaba que había hecho por México, más todos los que tenía planeado hacer. Me preguntaba con curiosidad pero también con preocupación de madre. Y yo, que luego de 6 meses ya estaba extrañando un poco a la mía, jugaba el juego: ella se preocupaba por mí, y yo la dejaba.
Charlamos de la vida, de la salud, del ritmo del DF, de los viajes, etc. Charlamos tanto (y se portó tan maternalmente conmigo), que María hasta me pasó el dato de un oftalmólogo cuando supo que tengo problemas de visión, y me dio su teléfono por si alguna vez necesitaba algo. Me llenó el alma saber que puede haber gente tan tierna ahí afuera, dispuesta a ayudarte porque sí.
El vuelo Guadalajara - DF es breve, así que pronto ya estábamos iniciando el descenso. Seguimos charlando, pero cuando nos acercábamos a la pista, María se distrajo un poco de la charla. Necesitaba mirar a su marido para saber si estaba bien, ya que él también le temía a los aviones.
Así que María se acomodó en su asiento, nos miró y nos tomó a los dos de las manos al tiempo que respiró hondo y dijo "vamos". Cuando las ruedas del avión tocaron la pista (ese momento en el cual uno no sabe si está todo bien o no), María apretó mi mano más fuerte, como diciendo "sigo acá". Y cuando el ruido de los motores nos indicaba que la velocidad ya estaba descendiendo, María levantó las manos de ambos y festejó, como diciendo "lo hicimos otra vez (a su marido). Lo hicimos juntos (a mí)".

Nunca estás solo. Estás con vos mismo


Así que, paradójicamente, lo que más aprendí viajando sola es que nunca estás solo. Siempre estás con vos mismo y, eventualmente, con alguien que quiere compartir un rato de su tiempo. Al fin y al cabo, ¿la vida no es eso?
Si bien también me gusta (y prefiero) viajar acompañada, sigo sin entender de qué tienen miedo los que quieren viajar solos pero no se animan ¿Tiene miedo de estar consigo mismos?
Y a los que le tienen miedo a lo desconocido, a las sorpresas, sólo puedo dejarles una reflexión final: si pensás que la aventura es peligrosa, probá la rutina: es letal.



junio 10, 2014

Hoteles de lujo: ¿pecado capital o experiencia necesaria?

Por Verónica C.

Como ya habrán leído en un post anterior, mis viajes son low budget (de bajo presupuesto, en buen romance). No soy lo que se dice una mochilera pero en todos los viajes que se comparten en este blog hubo clase turista, hostels, ahorro y mucho esfuerzo para hacerlos.
Pero justamente porque no soy una mochilera y porque una va creciendo (en edad, no en maduración) es que a veces una no tiene ganas de compartir una habitación con 11 personas más, caminar cargada con una mochila, viajar en un autobús con gallinas, y esas cosas que suelen pasar. Y éste era el caso para mi último viaje.

¿El lujo es vulgaridad? 

hotel CafayateEstaba cansada, había tenido un año intenso y cuando llegara a casa debía seguir al máximo. Así que busqué un lindo hotel, donde me consintieran todo lo que se pudiera.
El destino: Cafayate, en Salta, Argentina. Un lugar famoso por sus vinos y la inigualable belleza de las montañas que lo enmarcan, que lo protegen celosamente. Así que la primera gran decisión fue elegir un hotel en el medio de las montañas, no en la ciudad, donde tendría toda la infraestructura que necesitaba (restaurantes, cajeros automáticos, kioscos, taxis), pero no sabía cuánto iba a poder ver las montañas.

La llegada

Llegué a Cafayate de noche, tipo 10. Tomé un taxi y en 5 minutos (literal, quizás menos) estuve en la puerta del hotel. Al llegar, el despliegue: gente que te abre la puerta del taxi, gente que toma tu valija, gente que te espera al pie de las escalinatas y te llama por tu nombre... No estoy acostumbrada a tanto, así que estaba un poco confundida y sentía que me hablaban todos juntos. Pero me dejé llevar. Me dejé mimar, digamos.
viñedo hotel cafayateApenas pisé el lobby me ofrecieron una copa de vino local, que rechacé porque no tomo vino, así que me ofrecieron una botella de agua de la que tomé dos sorbos porque mi checkin estuvo listo en segundos. Dos personas del hotel me acompañaron por los pasillos mullidamente alfombrados y se las arreglaron para explicarme lo mínimo que necesitaba y desaparecer para dar paso a mi privacidad. Amo ese exquisito manejo de los tiempos que hacen los verdaderos entendidos en hotelería y demás servicios al turista...

Mi ritual secreto

Apenas se fueron empezó mi ritual. Cuando me hospedo en hoteles buenos (lo que no es muy seguido), no hay cosa que me divierta más que aquellos primeros minutos sola en la habitación. Soy como un niño en un parque de diversiones. Miro si dejaron algo de cortesía para comer o tomar, pruebo lo mullido de la cama y las almohadas, la suavidad de las sábanas, qué hay en el frigobar (obbbbbvio!), si las toallas son suaves, si hay bata, cómo son las amenities (el shampoo, el jabón...). Pavadas, pero me encanta. ¡Levante la mano el que no hace esto, por dios!

Comer, placer de los dioses

Una de las ventajas del hotel que elegí es que tenía un restaurant gourmet, así que no necesitaba ir al pueblo todos los días para comer. ¡Estaba tan cansada que ni eso quería! Aunque como el dinero no me sobra, pensé que podía resultarme caro comer ahí y estaba un poco preocupada. Pensé: ¿para qué te hacés la millonaria? ¿Para después terminar metiendo comida de contrabando porque no te da la billetera para comer en el restaurant? Jaja, estaba preocupada en serio. Pero la sorpresa fue gratísima: no sólo se comía genial, sino que además los precios eran super razonables para tremendo servicio y calidad de los alimentos.
Croute, mayonesa, jugo de pomeloAsí que tuve unos días a puro placer, malcriando a mi paladar: salmón, cabrito (vegetarianos, sepan disculpar), empanadas salteñas, panes caseros saborizados... Nuevamente, en el restaurant me sentía como un niño en un pelotero: creo que no iba porque tuviera hambre, sino para ver qué había ese día. Antes de que llegara el plato principal siempre traían uno o dos pasos previos con algo rico para comer: una croute con mayonesas o patés caseros, alguna entrada muy gourmet... Todo delicioso. Para rematar, el chef siempre pasaba por tu mesa para preguntarte cómo había estado todo, cómo la estabas pasando en Cafayate, qué planes tenías para los próximos días... Divino.

Dormir como una reina

Nada más lindo en vacaciones que cansarse bien durante el día para disfrutar mejor esa cama espléndida cuando nos hospedamos en un lindo hotel (también he dormido en lugares terribles, extrañando horrores mi humilde camita).
En el caso del hotel boutique que elegí, las noches no podían ser mejores: el silencio de la montaña que invita al descanso, el exquisito perfume de la lavanda natural entre las almohadas (extraídas de los campos del hotel), y la suavidad de la blanquería acariciándome la piel. Creo que el hotel es tan considerado que hasta se fijó en que haya algo de qué quejarse: la cama es tan grande que la mesa de noche queda muy lejos. Unos genios.
Así que dormí como debe dormir la realeza: rodeada de almohadas de diferentes densidades, enredada en sábanas blancas de percal y perdida en una cama inmensa.

Amanecer, otro lujo diario

El despertar también era un lujo: las habitaciones estaban catalogadas como Amanecer o Atardecer, según el espectáculo natural que se pudiera apreciar mejor desde sus amplios ventanales. Mi cuarto estaba del lado Amanecer y con vista a los viñedos, así que recibir el nuevo día era fácil.
Es increíble lo que me cuesta levantarme temprano en mi ciudad pero cómo me gusta madrugar en vacaciones. Es que si sabés que te espera un desayuno delicioso (copa de champagne incluida) y un día sin apuros, en contacto con la naturaleza, es fácil levantarse.
viñedoIgualmente, creo que lo que más invitaba a dejar la cama era ese baño amplísimo, donde el piso de cerámicos no era frío (aún en pleno otoño; esta gente pensó en todo) y donde la bañera para dos personas tenía vista a los viñedos. Así que mi plan era siempre el mismo: por la mañana, espectacular ducha a la luz del sol, y por la noche, baño de inmersión (sin derrochar agua. Culpa, culpa, culpa) mirando las estrellas.
Después de la ducha matinal, me entregaba el suculento desayuno sin apuros, disfrutando los jugos de frutas naturales (hasta creo que sentía el sabor del suelo cafayateño en cada trocito de pulpa) y la pastelería francesa que me transportaba a París sin necesidad de pasaporte. El viaje a la Ciudad Luz que me permitía cada pain au chocolat sólo era interrumpido por algún adorable acento salteño que me preguntaba si necesitaba algo más. Nada, el que necesita algo más en esta situación es un infeliz, pensaba...

La montaña, toda mía

zorro viñedo hotel
El motivo de elegir este hotel y no otro no era solamente disfrutar de un hotel de lujo unos días sino, sobre todo, estar en contacto con la naturaleza. Y fue una misión cumplida, ya que de principio a fin del día estaba leyendo al calorcito del sol de otoño, o recorriendo la propiedad en carrito de golf o caballo, buscando aves o zorros para fotografiar.


Conectar con los sentidos

Finalmente hubo que volver. No me pude quedar a vivir en el hotel, como me hubiera gustado. Pero la conexión con la montaña, y sobre todo con mis cinco sentidos, fue reparadora.
Mis ojos no podían registrar tanta belleza junta, tanta amplitud de campo, tantos matices de colores que propone el Norte Argentino, así que le confié un poco de esa tarea a mi cámara. Quienes hemos vivido toda nuestra vida en una ciudad debemos de vez en cuando hacer silencio y escuchar el viento, o los sonidos de aquellas aves que desconocemos. Pero creo que en este viaje los sentidos más beneficiados fueron el olfato, el tacto y el gusto.
A decir verdad, el gusto no se puede quejar, lo malcrío todo el año (jajaja). Pero el pobre olfato no siempre está feliz de vivir en una ciudad, así que lo llevé a los Valles Calchaquíes para que se empache de las diferentes hierbas aromáticas del camino (jugando a identificar cada una en el plato del almuerzo o la cena), de la lavanda salvaje, de los olores amaderados, del carbón ardiendo para la próxima comida...
El tacto, el gran olvidado de los sentidos (confiamos mucho a nuestros ojos, muchas veces), también tuvo su festín: desde la lluvia perfecta de la ducha, hasta la caricia aterciopelada de las sábanas, no sin olvidar la sedosidad de las amenities, que dejaban el cabello suave y la piel con el nivel justo de hidratación y oleosidad.

Como podrán imaginar, luego de unos días de disfrutar los placeres de la vida, recomiendo ampliamente hospedarse en un hotel de lujo. No por ostentación, no por frivolidad. Simplemente porque existen y, como todo en la vida, hay que probarlos.