Ya te conté qué se puede ver, oír, saborear y hasta oler en Barcelona. Y será bastante difícil transmitirte las sensaciones táctiles que uno puede tener en la ciudad, porque solemos concentrar todos nuestros esfuerzos en la vista. Pero haré lo posible.
La Playa
Como ya te he comentado, la vida en Barcelona incluye necesariamente al mar. Así que, apenas bajada del avión, mi amiga y huésped me llevó directo a la playa. Fue el mejor lugar que podría haber elegido para ponernos al día sobre cómo estábamos, mientras comíamos una pizza. Tenía todo a la vez: el relax post-avión, ver la escena local, degustar una pizza, charlar y, encima de todo, spa. ¿A quién no le gusta hundir los pies en la arena húmeda y fresca? Esa sensación vale doble cuando venís de 12 horas de vuelo, es verano y hace casi un año que no pisás una playa.Años esperando
Así como había esperado casi un año para volver a tocar una playa, había esperado la mitad de mi vida para conocer La Sagrada Familia.La monumental obra del genio Antoni Gaudí (perdón, es que lo amo mucho), podría convertirte en católico aunque fueras ateo.
Tal era mi emoción por cumplir el sueño de estar ahí, que no me bastaba con verla, quería experimentarla con todos los sentidos posibles. ¡Si me hubieran dado un pedacito de mármol me lo comía, creo yo!
Así que más allá de maravillarme con los techos de película, los juegos de luces que provocan los vitrales, y las vistas increíbles desde las torres, aproveché para tocar todo lo que pude.
Acaricié los mármoles de los asientos y palpé la rugosidad de la piedra fría de la Torre del Nacimiento, traída de la montaña de Montjuïc de Barcelona.
Tocando a Gaudí
Creo que a esta altura del partido ya quedó claro que soy fan de Gaudí, no? Bueno, la cuestión es que recorrí sus obras más importantes, y en Casa Milá (más conocida como La Pedrera) y Casa Batlló hice lo que no se debe: toqué todo.Yo sé que son museos, que uno no debe. ¡Pero algunas superficies invitan a ser tocadas!
En Casa Milá uno puede acceder a uno de los tantos departamentos que, en algún momento, fue habitado por alguna familia adinerada de Barcelona. Y, mientras los demás turistas sacaban fotos, yo tocaba (lo que se podía, claro). Yo acariciaba puertas, marcos... una demente, sí. Pero basta observar lo que son las puertas de los baños o los cuartos de servicio (arriba, izquierda). Las puertas más insignificantes del mundo Gaudí las volvía arte.
La gente normal bajaba la escalera de Casa Milá tomándose de la baranda. Yo, en cambio, acariciando la curva que Gaudí diseñó en mármol (arriba, derecha).
Y si en Casa Milá rompí la regla básica de un museo, en Casa Batlló debería haber quedado detenida, directamente.
La Casa Batlló recrea el mundo submarino, con sus curvas sinuosas y los diferentes azules del patio interior. Mientras bajaba esta escalera espectacular (izquierda) recorrí con las puntas de mis dedos el relieve de cada cerámico.
Este edificio, construido originalmente por otro arquitecto pero remodelado completamente por Gaudí es el templo de la ergonometría. Antoni Gaudí solía construir muebles que se adaptaban amablemente al cuerpo (sillas, sillones), pero en este caso llevó el concepto al extremo (y ahí, precisamente ahí, es donde uno quiere tocar todo!): las barandas de las escaleras, las manijas de las puertas, las canillas de los baños, todo, absolutamente todo lo que un habitante de la casa podría tocar en su vida cotidiana, fue diseñado ergonométricamente y calza a-la-per-fec-ción en una mano, cualquiera sea su tamaño. Durante la visita guiada te lo van contando, y me vi terriblemente tentada de comprobarlo. Doy fe, calza perfecto en la mano.
Tocando sin culpa
Habrá varios lugares en la ciudad donde tocar no esté tan prohibido como en un museo. A mí se me ocurren dos: uno tiene que ver con el arte, y el otro no.El primero es la estatua del Gato de Botero, ubicada en la Rambla del Raval. La obra de arte al aire libre carece de la solemnidad típica de los museos e invita a ser tocada, especialmente en los días de calor, en los que uno puede sentir el frescor de su bronce.
El otro lugar que viene a mi mente donde uno puede tocar sin culpa es el Mercat Els Encants. Se trata de un mercado de pulgas (no muy visitado por turistas), ubicado cerca de la icónica Torre Agbar. Ahí uno puede revolver y comprar -tanto nuevo como usado- ropa, accesorios, decoración, libros, tecnología y más. Sólo es cuestión de recorrer, mirar y, por supuesto, tocar.