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julio 03, 2014

Viajar solo: lo que te puede pasar

Por Verónica C.

Creo que el mundo se divide entre los que han viajado solos alguna vez y los que no lo han probado nunca.
Cada vez que me preguntan si entre mis consejos de viajes incluyo viajar en solitario, siempre digo que sí. No importa si sos hombre o mujer, joven o viejo, es una experiencia que toda persona debería tener una vez en la vida, a pesar de todo lo que te puede pasar...

Cómo comencé a viajar sola

viajar solo
Tenía ganas de ir a un lugar que queda a más de 1.100 km. de Buenos Aires y no había dinero para aviones en esa época... Así que, para evitarme un viaje largo en ómnibus, decidí ir parando en las ciudades intermedias.
Pero la inexperiencia es la mejor maestra: no reparé en que las ciudades que iba a visitar no eran especialmente atractivas, que iba sola por primera vez y que iba con mis problemas a cuestas. Todo listo para un combo letal.
Ese viaje no lo disfruté, pero aprendí mucho. Aprendí que los problemas van con uno a donde uno vaya, por eso la solución no es viajar: la solución es tomar el toro por las astas y resolverlos. Me ahorré mucho sufrimiento y dinero con ese descubrimiento, solamente.

No dejes para mañana lo que puedas viajar hoy

Aún sin haberlo pasado muy bien en ese primer viaje solitario, reincidí y, años después, volví a viajar sola. Nuevamente mis necesidades, tiempo y/o presupuesto no coincidían con los de los demás. Y no quería que me volviera a pasar algo de lo que todavía me estoy arrepintiendo: cuando tuve el tiempo y el dinero para ir a recorrer Europa no lo hice porque no tenía con quién ir. Quince años después, todavía estoy esperando que los planetas se alineen para poder hacer ese viaje. Ya va a llegar.

Mujeres viajando solas

mujeres que viajan solas Cuando anduve por otros países, siempre había alguien que me decía "¿Estás viajando sola? ¡Qué valiente!". ¿La verdad? Nunca estuve de acuerdo con esa afirmación. Para mí un valiente es alguien que se aventura a lo totalmente desconocido, a hacer algo riesgoso.
Así que aquí va un primer mito a desterrar, para aquellos que nunca viajaron solos: no requiere de valentía. Uno puede elegir el grado de aventura que desea ponerle. Se puede ir a una ciudad, hospedarse en un hotel y contratar excursiones o hacer dedo, dormir en campo abierto y darte un chapuzón en el Amazonas. Eso depende de vos.

¿Cualquiera puede viajar solo?

Probablemente no pero, justamente, mi consejo es que lo pruebes, para saber si estás en el grupo de los que disfrutan u odian viajar solos. En cualquiera de los casos, vas a aprender mucho sobre vos mismo y tus siguientes viajes van a ser mejores.

¿Se puede ir solo a cualquier lugar?

lugares para viajar soloSi bien hay lugares para viajar con amigas, sitios para viajar con pareja, destinos para visitar en familia, etc., creo que casi todos los lugares son para viajar solo también. 
Las grandes ciudades te mantienen entretenido, hay mil cosas para ver y hacer. Es difícil encontrar un rato para aburrirse. Por otro lado, los destinos con más naturaleza (ciudades de playa, pueblos en la montaña, etc.), permiten bajar el ritmo y pensar. A veces necesitamos eso. A veces lo que menos queremos es pensar. 
Estas son las que cosas que hay que tener en cuenta al momento de decidir el próximo viaje. Es decir, no vayas a una isla romántica si te acabás de pelear con tu pareja...


Viajar solo: todo lo que te puede pasar

Cosas malas te pueden pasar en cualquier lado, incluso en la puerta de tu casa. Así que ya desterramos dos mitos:
- no viajo solo/a porque hay que ser valiente
- no viajo solo/a porque es peligroso

Por mi parte, viajando sola me pasaron estas cosas terribles:

- La gente se me acerca a hablarme (en hoteles, en excursiones, en el transporte público...), porque no interrumpe ninguna charla.
- Si necesito algo (una indicación, un mapa), siempre tengo más ayuda si lo voy a pedir yo sola que si voy en grupo.
- Tengo tiempo en silencio para pensar, para escuchar el sonido del viento o de las hojas que crujen bajo los pies. Muchas veces, viajando en compañía uno ocupa el tiempo en charlas superfluas (no siempre, claro).
- Me di cuenta de que tenía muchas más habilidades de las que creía. Al estar con otro, hay cosas que no ejercitás porque el otro es el que se encarga de llegar a tiempo al transporte, hacer una reserva, encontrar el camino al hotel, etc. Viajando solo prestás atención a todo, porque toda información sirve. 
Viajando solo/a te das cuenta de lo que te gusta y, también, de lo que no te gusta. Pero, sobre todo, te das cuenta de que la vida es demasiado corta para estar haciendo cosas que no te gustan. Entonces, sin ofender a nadie, empezás a decidir. ¿No te gusta lo que va a hacer el nuevo grupo que acabás de conocer? No vas. Cuando te relacionás con extraños te das cuenta de que la vida debería ser más sencilla y que está en tus manos poder hacerlo. Seguramente, cuando vuelvas a casa empieces a tomar algunas de esas decisiones con tu gente querida, y vas a descubrir que todo era mucho más sencillo de lo que vos querías creer.

Ángeles guardianes en el camino

De todas las cosas que me pasaron viajando sola, hay una que me sorprendió y me dio fe en la raza humana. Sí, así.
Resulta que no me gustan los aviones. Y viajando sola descubrí que esos momentos en los que viene el miedo (no es todo el tiempo, son momentos) son más crueles si uno no tiene con quién compartirlos.
Iba de Guadalajara a México DF. Como siempre, llegué al avión y me acomodé en el asiento de la ventana. Le tenía tanto miedo al giro post despegue que me obligué a sentarme en la ventanilla y mirar durante muchos vuelos, cual escena de La Naranja Mecánica. Ahora puedo decir que sigo sin disfrutar ese momento pero es un miedo superado. En el asiento del medio se sentó una señora y, en el del pasillo, su marido.
Image by Cuando llegó el momento del despegue yo me puse tensa, como era normal (nótese que digo "era"), pegando la cabeza al respaldo y las manos a los apoyabrazos. Debería tener cara de condenada a muerte... jaja. Cuando el avión hizo su giro habitual, debo haber insultado o algo así, porque la señora no pudo evitar mirarme y reírse un poquito. Ahí empezamos a charlar, auspiciadas por la simpatía de los mexicanos.
María me preguntaba qué andaba haciendo y se maravillaba con los viajes que le contaba que había hecho por México, más todos los que tenía planeado hacer. Me preguntaba con curiosidad pero también con preocupación de madre. Y yo, que luego de 6 meses ya estaba extrañando un poco a la mía, jugaba el juego: ella se preocupaba por mí, y yo la dejaba.
Charlamos de la vida, de la salud, del ritmo del DF, de los viajes, etc. Charlamos tanto (y se portó tan maternalmente conmigo), que María hasta me pasó el dato de un oftalmólogo cuando supo que tengo problemas de visión, y me dio su teléfono por si alguna vez necesitaba algo. Me llenó el alma saber que puede haber gente tan tierna ahí afuera, dispuesta a ayudarte porque sí.
El vuelo Guadalajara - DF es breve, así que pronto ya estábamos iniciando el descenso. Seguimos charlando, pero cuando nos acercábamos a la pista, María se distrajo un poco de la charla. Necesitaba mirar a su marido para saber si estaba bien, ya que él también le temía a los aviones.
Así que María se acomodó en su asiento, nos miró y nos tomó a los dos de las manos al tiempo que respiró hondo y dijo "vamos". Cuando las ruedas del avión tocaron la pista (ese momento en el cual uno no sabe si está todo bien o no), María apretó mi mano más fuerte, como diciendo "sigo acá". Y cuando el ruido de los motores nos indicaba que la velocidad ya estaba descendiendo, María levantó las manos de ambos y festejó, como diciendo "lo hicimos otra vez (a su marido). Lo hicimos juntos (a mí)".

Nunca estás solo. Estás con vos mismo


Así que, paradójicamente, lo que más aprendí viajando sola es que nunca estás solo. Siempre estás con vos mismo y, eventualmente, con alguien que quiere compartir un rato de su tiempo. Al fin y al cabo, ¿la vida no es eso?
Si bien también me gusta (y prefiero) viajar acompañada, sigo sin entender de qué tienen miedo los que quieren viajar solos pero no se animan ¿Tiene miedo de estar consigo mismos?
Y a los que le tienen miedo a lo desconocido, a las sorpresas, sólo puedo dejarles una reflexión final: si pensás que la aventura es peligrosa, probá la rutina: es letal.



abril 05, 2014

Oaxaca, corazón (y estómago) de México

Oaxaca de Suárez Centro Histórico
Por Verónica C.

Oaxaca (léase "Oajaca") podría ser no sólo la capital gastronómica -como muchos afirman- sino también la capital cultural de México. Quienes viven en el D.F. los lunes cuentan qué comida oaxaqueña comieron el fin de semana en un nuevo restaurant, puesto callejero, o en su propia casa a manos de alguna buena cocinera. Oaxaca es, a los mexicanos, lo que son Salta (con sus humitas y tamales), Tucumán (con sus empanadas), o Mendoza (con sus vinos) a los argentinos. Allí se originan muchas costumbres y comidas que ya son de todos los mexicanos, y que los representan en el mundo entero. Por si queda alguna duda de la importancia culinaria de la ciudad, hasta tiene un queso nombrado en su honor, que se come en todo el país.

Cuando decidí viajar a Oaxaca mi amiga Susana me dio una lista (¡una lista!) de todo lo que tenía que tomar y comer para hacer la experiencia completa. Lista en la que colaboraron varios amigos mexicanos. Cada uno agregaba su “imperdible”, mientras yo me preocupaba por cómo comer todo eso en tan sólo dos días.

Era viernes. Terminé de trabajar y salí corriendo al aeropuerto. El tráfico del D.F. es conocido por su imprevisibilidad y no quería perder el vuelo. Llegué a la ciudad de Oaxaca de Suárez, capital del estado, por la noche. Recorrí un poco las hermosas calles del centro, llenas de turistas y edificios coloniales y barrocos, que resisten los movimientos constantes de una de las ciudades más sísmicas del país.
Me perdí viendo grupos de gente por aquí y por allá, ensayando para un desfile público. Es que llegué en plena Guelaguezta, la fiesta popular más importante del estado, dedicada a Centéotl, diosa del elote (maíz). En la actualidad La Guelaguetza se convirtió en un espectáculo de música y baile que se realiza en un anfiteatro al aire libre y se televisa, al mejor estilo de los festivales argentinos de Cosquín o Jesús María.

Mesa mexicanaPapel picadoMi estomago se encargó de recordarme la lista y devolverme al Centro Histórico. Entré en un restaurant y me sorprendí gratamente con una explosión de color ¡Estaba en México! Al menos ese restaurant cumplía con lo que en mi cabeza México debía ser: el techo estaba plagado de los típicos banderines de papel troquelados y multicolores a los que los mexicanos llaman “papel picado”, las mesas tenían banderas coloridas y los manteles verdes aludían inevitablemente a la bandera nacional.

Sopes y tamales
Ordené lo que me pareció más tradicional, olvidando que lo más tradicional en las mesas mexicanas es la abundancia. El menú estaba compuesto por tres pasos pero a mí me parecían treinta. Con curiosidad (y esfuerzo), probé la sopa, los sopesitos y los tamales con mole. Todo rico. Todo picante. Para apagar el fuego me valí de los totopos (que los argentinos llamamos, erróneamente, nachos) y de la refrescante agua de piña. Me sentí vencida por la comida. Probé todo pero no terminé nada. Destrocé los tamales envueltos en hojas de plátano porque no supe cómo comerlos (la explicación del mesero llegó un poco tarde).

Chocolate caliente y pan de yemaA la mañana siguiente lo que menos me preocupó fue recuperarme del atracón nocturno. La lista seguía ahí, mirándome fijo, y recordándome que me quedaban menos de 48 horas para completarla. Así que salí a la calle enfrentando el frescor matinal de verano y me dejé llevar de las narices por el aroma a chocolate de las calles cercanas al Mercado 20 de Noviembre. Las chocolaterías todavía no estaban abiertas pero dejaban escapar su perfume exquisito.
No encontraba ningún lugar abierto para desayunar cuando pasé por la puerta de un sencillo hotel. Salía un hipnotizante olor a chocolate caliente, como si el mismísimo Moctezuma lo estuviera revolviendo. Pensé que con ese lugar no podía equivocarme y, aunque mis ojos no se sentían tentados, mi olfato me decía que no lo dudara.
Al sentarme, me preguntaron si quería mi chocolate con agua o con leche. Respondí "con leche, por favor". Mientras esperaba inspeccioné el lugar detalladamente hasta que frente a mí ví el nombre: Chocolate Posada. Listo, nada podía fallar. Y así fue.
El chocolate llegó en una taza generosa, de boca ancha y, si uno hacía el suficiente silencio, podía escuchar las burbujas explotando, como cuando uno exagera con el jabón y el agua no llega a llevarse todo de la pileta. El xocolatl había venido espumoso, tentador, como aquellos cafés con leche que ya cuesta conseguir en Buenos Aires. A su lado, un pan de yema completaba el austero cuadro. Me gustan los desayunos más opíparos, pero me dejé sorprender y taché dos ítems más de mi lista cruel.
El pan de yema tiene una textura parecida al pan dulce que comemos los argentinos para navidad, aunque es un poco más esponjoso y también, para mi gusto, más rico, más "avainillado", si es que existe esa palabra. Para ser breve, odio el pan dulce pero el pan de yema me gustó.
Mientras disfrutaba del calor que me aportaba ese chocolate en la mañana fría, me di cuenta: ahhhhh, "Como Agua Para Chocolate"!  No leí el libro de Laura Esquivel ni vi la película de Alfonso Arau, así que tardé en hacer la asociación, pero ahí comprendí que para los mexicanos debe ser mucho más usual tomarlo con agua que con leche.

Durante un fin de semana y entre las visitas al Tule, Mitla, Monte Albán y Hierve El Agua, me las arreglé para reducir los pendientes de mi lista. Estaba de suerte; mi llegada a Oaxaca también había coincidido con el Festival de los 7 Moles. Así que probé mole de ollamole rojomole negromole coloradito… Pero un poquito de cada uno ¿Por qué? Porque no sólo también tenía que probar la sopa de chayote sino que en el lugar donde paré tenían mi comida mexicana favorita: pozole.
Sopa de chayote
PozoleEsta especie de sopa prehispánica hecha a base de granos de maíz (que no estaba en la lista) lleva carne de pollo o de cerdo como ingrediente secundario, según la región en la que se esté. Yo siempre lo comí con pollo y, aunque en cada lugar es distinto, siempre es igual de rico.

Café de ollaRematé el festín para mis papilas gustativas con el famoso café de olla, que me sorprendió porque, a pesar de su color oscuro, no es fuerte y siempre llega a la mesa con el nivel justo de dulzura ¿Cómo hacen? Pero lo más sorprendente es el viaje en el tiempo que propone cada taza. Resulta fácil retrotraerse a fines del 1800 con los recipientes de cerámica rústica en las cuales se sirve siempre este café. Cuando acercaba el pocillo a mi boca no sé si el aroma, el humo o qué me hacían imaginar, inmediatamente, una cocina a leña, un vestido con miriñaque, unos sartenes de cobre colgando del techo, y ese café, servido por alguna criada. Suena ridículo que en pleno siglo 21, con un smartphone en la mesa, pudiera abstraerme así. Pero juro que el café de olla lo logró, cada vez.

Agua de chilacayota
Luego de la caminata el calor de la tarde se hacía sentir. Y, a decir verdad, el mezcal probado también. ¡Sí, porque mi lista también incluía mezcal! En las fábricas de este destilado oaxaqueño te dicen “Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también. Y si no hay remedio, litro y medio" y, con esa excusa, te hacen probar más de la cuenta. Así que paré a descansar un poco y me fijé si mi lista tenia algo que pudiera acompañar ese momento. Por supuesto que sí. Me acerqué a un puesto callejero y me pedí un agua de chilacayota. Su sabor me recordó al de una compota, de manzana o de ciruela. Era refrescante pero no me encantó. Las que estaban felices eran las múltiples avispas que había, así que decidí cederles mi bebida para que la disfruten y dejen de aterrorizarme.

Tlayuda con tasajoSe me iba terminando el fin de semana y mi lista seguía torturándome. Así que me fui al Restaurant Hostería de Alcalá para la última cena, que dediqué a otro plato muy típico, de esos de los que no podés de dejar de probar porque si no es como si no hubieras estado ahí: tlayuda con tasajo. Se trata de una tortilla mexicana que viene con tasajo (un corte de carne de res) y tomate, lechuga, queso, palta, etc. Estaba buenísima, pero me había pasado el fin de semana comiendo. Así que con todo el dolor del alma dejé gran parte en el plato y me fui. Al día siguiente me iba a dedicar a buscar el alebrije perfecto y la Catrina más linda, para lo que necesitaba estar descansada y liviana.

Con la pesadez de media lista recorrida me dirigí nuevamente al Centro Histórico, para verlo de día.
CatrinaBarro Negro de OaxacaAhí comprobé que Oaxaca no es sólo una exuberancia de sabores, sino que también es una explosión color. El barro negro de las artesanías contrasta con los escandalosos colores de las Catrinas (esas señoras bien ataviadas pero ¡muertas! que son tan características) y los alebrijes, una de las expresiones artísticas más exquisitas de todo el país. Los alebrijes son seres (muchas veces mezcla de varios animales, reales o mitológicos) nacidos en la imaginación o los sueños del artista. Por eso, no hay dos iguales.



Cuando el avión ya me estaba mostrando Oaxaca desde el cielo -la cantidad de estímulos a los que uno se ve expuesto no dejan tiempo para la reflexión- llegué a la conclusión de que la ciudad es un estallido para los sentidos. Olores, colores y sabores en su máxima expresión. Es el baile y es la muerte. Es el chile que pica en la lengua y el chocolate que la acaricia. Es el negro del barro y los colores estridentes. Oaxaca es, para mí, el corazón de México.

En cuanto a mi lista, voy a tener que volver para completarla...